miércoles, 8 de febrero de 2017

Diario de una suicida

Me senté en aquella cornisa, con los pies colgando al vacío y mi mente dispuesta a pensar en todo lo que me había llevado hasta allí.
Abrazada a mi diario y a mis miserias, decidí dar el paso hacia el final...

"Nací cuando mi madre apenas tenía 15 años, fui fruto de la violación de su padrastro, una noche de borrachera.
De esas que eran continuas, unos días pegaba a la abuela, otros violaba a mamá y a veces hacia las dos cosas.
Mamá nunca le contó a nadie quién era mi padre, nunca se atrevió a hacerlo.

A mi me lo contó cuando yo estaba a punto de cumplir los 16.
Mamá estaba enferma, le quedaba poco tiempo de vida y quería irse en paz.

Fui una niña feliz hasta los 6 años, edad en la que comencé el colegio, allí empezaron mis primeros problemas.
Nunca supe, ni encontré motivos suficientes para ser el centro de bromas pesadas de algunos compañeros.
Me refugiaba en los baños de aquella escuela que cada día odiaba más, pero era tan cobarde que nunca le conté a nadie lo que me estaba ocurriendo, ni siquiera a mamá, bastante tenía ella con sobrevivir cada día a su propio infierno.

Llegaba a casa con la cara magullada y los ojos hinchados de llorar, pero era tan cobarde que nunca respondí a las preguntas de mamá.
A esa edad tuve que madurar, como para llegar a casa y hacerme cargo de mi madre, de organizar la comida y sí había tiempo, estudiar.
No me gustaba ni la escuela, ni los estudios, me gustaba cuidar de mi madre y dormir junto a ella sus borracheras, ayudarla a levantarse en sus mañanas de resaca y disfrutar de ella los pocos momentos en los que se mantenía sobria; esos momentos eran los mejores, jugábamos juntas y salíamos al parque por las tardes, mamá preparaba merienda para las dos y disfrutábamos la una de la otra, sólo nos teníamos a nosotras.

Mamá nunca superó aquellos años de abusos, por parte de su padrastro, y yo le recordaba cada día al levantarme, aquellas noches con aquel hombre encima.
Se refugió en el alcohol y apenas se mantenía sobria y en pie. La pena y la cirrosis la mató una fría mañana de enero.
Aquella mañana, me quedaba sola en la vida, una vida que me había empeñado en destruir, caminaba hacia la muerte, consciente de que lo hacia día a día, noche a noche.

Aguanté las palizas en el colegio, inventándome caídas por ser demasiado torpe.
Así pase aquellos primeros años de mi vida, hasta que llegué al instituto con apenas 14 años.

Donde  conocí el mundo de las drogas, quizás era mi refugio para ser un poco más valiente, o el ansia por tener amigos, aquellos que yo consideraba mis amigos, me descubrieron noches de desenfreno, alcohol, drogas y sexo.

Lo que empezó siendo un inocente coqueteo, se convirtió en un vicio, un vicio que me llevaba por el camino equivocado.
Me convertí en una sombra de mi madre, ahora dormíamos juntas las noches de alcohol y drogas y aguantábamos las resacas por la mañana.
Esas resacas no me dejaban asistir al instituto, así que abandoné los estudios a mitad de curso; pero seguí frecuentando aquellas amistades que tanto mal me hacían y que me llevaban hacia una vida directa a la muerte.

En una de esas noches de locura, alguien me dio unos billetes por acostarse conmigo.
Esa noche fue la primera de un declive anunciado.

Entré en el mundo de la prostitución y el dinero fácil y lo peor de todo, disfrutaba de aquellas noches de sexo descontrolado y mañanas de resacas.
El dinero que conseguía en aquellas noches, lo gastaba en drogas para el día siguiente.

Una noche en uno de esos polígonos donde cada una teníamos nuestro lugar, conocí a Lucas, un joven apuesto y que lo único que buscaba era conversación, una mala tarde en casa y en el trabajo lo habían llevado hasta allí.
Hablamos durante horas, me pagó por aquella conversación como sí le hubiera hecho el mejor de los servicios, me llevó hasta la puerta de casa y se despidió con un beso en la mejilla.

Durante noches enteras, esperaba a que Lucas apareciera de nuevo, rechacé a clientes, confiando que volvería a buscarme y que sería mi príncipe azul, ese príncipe de los cuentos que mamá me leía cuando estaba sobria.
Lucas nunca apareció, seguí con mi vida de noches de prostitución y drogas, y mis mañanas de resaca, mientras lamía mis heridas, unas físicas y otras en el alma, estas últimas nunca cicatrizaron del todo.

Una mañana al amanecer cuando regresaba a casa, caminando con los zapatos en la mano y el maquillaje casi inexistente, un coche paró a mi lado.
"Buenos días Malena", reconocí aquella voz inmediatamente, podría reconocerla entre un millón de voces, era Lucas.
Se bajó del coche, abrió la puerta del acompañante y me invitó a subir.

Pasamos aquella mañana, en la pastelería que había cerca de casa, hablando y dedicándonos alguna que otra sonrisa.
Me hizo prometerle, que aquella noche había sido la última de esa vida tan decadente que me estaba matando.
Él a cambio prometió cuidarme y protegerme.

Conseguí salir de aquel infierno, tenía 16 años y estaba al borde de la muerte, por primera vez en la vida alguien se preocupaba por mi.

Después de desayunar me acompañó hasta casa para recoger algunas de mis cosas y trasladarme a la suya, allí podría cuidarme mejor, esas fueron sus palabras.
Aquella mañana, pensé "Malena, tu príncipe ha llegado, ya no debes preocuparte por salvarte, él lo hará por ti."

Durante días, semanas y meses, Lucas aguantó mi mono, mis momentos de debilidad, mis lloros, mis noches en vela, pidiendo morirme.
Me cuidó como a un bebé, consiguió que volviera a sonreír.
Me compró ropa nueva, y me alimentó día a día, para que tuviera las fuerzas suficientes para seguir luchando, por salir de aquella mierda.
Me acariciaba cada noche hasta que conciliaba el sueño y me despertaba cada noche con un beso suave en la mejilla.
Nunca me pidió nada a cambio.

Pasado un año, el día que cumplía los 17, me entregó un vestido de fiesta, unos zapatos de tacón y un collar de diamantes a juego con unos pendientes.
"Vístete y arreglate Malena, esta noche salimos a cenar."
Su tono no sonaba tan amable como meses atrás.
Me limité a cumplir lo que me había pedido.

Llegamos a aquel restaurante que tantas veces había observado desde el exterior, alguien salió a recibirnos y ese alguien conocía mi nombre, "buenas noches Malena", miré a Lucas con cara de asombro, se limitó a sonreír.

En el interior, encontré a un grupo de hombres ya maduros y alguna que otra jovencita, todas vestidas, al igual que yo, elegantemente.
No entendía nada, Lucas me dijo, "limítate a obedecer, y no tendrás problemas."
Fue entonces cuando pensé, "ya estoy en el problema."

Nos sentamos a cenar junto a algunos de aquellos hombres y jovencitas que había en el salón.
Deduje que el salón había sido cerrado para aquella cena y que precisamente no íbamos a celebrar mi cumpleaños.
Durante la cena me limité a escuchar las conversaciones que mantenían entre ellos, yo sonreía, como hacían el resto de chicas y respondía sí me preguntaban, a ser posible con monosílabos, para no buscarme problemas, me temía que tarde o temprano llegarían solos a lo largo de la noche.

Cuando terminaron los postres, apareció un hombre vestido elegantemente, subió al escenario donde la orquesta había estado tocando toda la noche, cogió un micrófono y lo único que dijo fue, "señores que comience el espectáculo".
Fue entonces cuando todos y cada uno de los hombres que había en aquel salón sacaron las llaves de sus coches y las introdujeron en una urna de color negro.

Entonces Lucas me explicó, que ahora nosotras debíamos sacar una llave e irnos con el dueño del coche, para pasar la noche con él.
Mi cara debió decirlo todo, y la respuesta de Lucas fue la siguiente,"Malena has sido una puta toda tu vida, esta noche tienes que ser la mejor."

Me limité a obedecer, recogí la llave, su dueño no tardó en aparecer, tragué saliva y miré a Lucas. Me hizo un gesto con la cabeza que me indicaba que nunca me había querido, sólo me había estado preparando para este juego, su juego.

Aquella noche volví a drogarme, quizás para no recordar lo que estaba haciendo, o tal vez para que me diera el valor que necesitaba.

A la mañana siguiente  alguien me encontró media muerta en un callejón.
Aquel hombre me había dado una gran paliza, estaba tan drogada que ni siquiera sentí dolor mientras me golpeaba hasta casi matarme.

Desperté en un hospital, sin ninguna compañía y sin nadie que pudiera hacerlo.
Pedí que llamaran a Lucas, nunca respondió a aquellas llamadas, tampoco se molestó en devolverlas.
Estaba sola en esta maldita vida que me había tocado vivir, no sé sí por azar, o porque yo misma la había elegido.

Tenía 17 años y estaba cansada de vivir, ya lo había vivido todo.

Pasados unos días, recibí el alta, caminé hasta mi antigua casa, una vez allí recogí aquel diario que había comenzado a escribir siendo una niña.

Caminé sin rumbo todo el día, hasta que la noche decidió acompañarme, esa noche es hoy...

Esta noche me he sentado en el borde de esta cornisa, con ese diario en mis manos, dispuesta a saltar al vacío, a un vacío elegido.
Hoy con 17 años he decidido acabar con mi vida.

Pero la cobardía me ha acompañado una vez más, esa cornisa, no es más que el borde de una acera, donde me he sentado a esperar a la muerte, esa muerte que anhelo, pero no me atrevo a buscar, por miedo a encontrarla."



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