jueves, 31 de agosto de 2017

Que prohiban...

Que prohiban los amores imposibles, las miradas tristes y los corazones rotos.
Que prohiban los amores destinados a ser desamores.

Que prohiban las lágrimas en los ojos y los corazones que se buscan y no se encuentran.
Que prohiban sufrir por amor, los besos al aire y los abrazos al viento.

Que prohiban los amores no correspondidos, los te quiero sin respuesta.
Que prohiban buscar y no encontrar, querer y no ser querido.

Que prohiban vivir si no es para ser feliz.


Aprendiz de príncipe

Me hubiera gustado escribir un cuento con final feliz, de esos de príncipes y princesas, en los que cierran los ojos, se besan, se enamoran y son felices para siempre, porque han comido y comen perdices.


Me hubiera gustado ser el príncipe montado a caballo en busca de su princesa.

Pero me quedé en tan solo un aprendiz que creyó encontrar a su princesa, hasta haberla conquistado, con besos, caricias, los te echo de menos de la distancia y los te quiero tímidos del inicio.


Yo la quería, ella se dejaba querer, yo tenía mucho amor que dar y a ella le gustaba recibir.


Mi princesa era casi perfecta hasta que yo le pedí un poco de su amor, fue entonces cuando ella comenzó a convertirse en la bruja del cuento, esas brujas que nunca me han gustado, una bruja bella por fuera y fea por dentro, egoísta y un tanto caprichosa.


Mi princesa lejos de quererme, me desangró el corazón, al tiempo que me lo partía, lloré tanto como para llenar océanos de lagrimas y crear alguno nuevo si la madre tierra me lo hubiera permitido.


Mi princesa nunca supo lo que era que la quisieran, así que no me dejó hacerlo, me abandonó antes de que pudiera decirle sin miedo cuanto la amaba.

Mi princesa no sabía lo que era querer, nunca lo había hecho, había blindado a su corazón contra los sentimientos una noche de invierno.


Mi princesa sabía recibir, pero no sabía dar.

Mi princesa se equivocaba, pero no me dejaba sacarla de su error.

Mi princesa no creía en cuentos de hadas.

Mi princesa se equivocó al pensar que los príncipes de cuentos no existen.


Me hubiera gustado ser el príncipe que rescata a la princesa, llevarla a lomos de mi caballo blanco y enseñarle lo bonito que es amar y que te amen.

Me hubiera gustado ser el

príncipe de un cuento con final feliz, con promesas cumplidas y toda una vida por vivir.

Pero mi princesa se marchó una mañana de verano, sin mirar atrás.

Se marchó dejando su corona en el suelo, junto a un corazón roto en mil pedazos de un aprendiz de príncipe que nunca pudo hacerla feliz.



martes, 29 de agosto de 2017

Frente a mí soledad

Nos hemos sentado frente a frente, con un café solo como compañía y un cigarrillo humeante en el cenicero.

"Ya no fumo, me ha dicho, pero me sigue gustando el olor a tabaco."


Tenía poco que contarme, la verdad que yo tampoco tenía mucho que decirle, pero a veces basta mirar a alguien a los ojos para saber cómo le va la vida.

He visto tristeza, a la vez que algo de esperanza, se ha olvidado de sonreír y le cuesta mirar de frente.

Se ha vuelto desconfiada y algo huraña, quizás la edad, quizás la puta vida, quién sabe.


Dice que cada tarde se sienta aquí, a esperar a quien le dijo que volvería para buscarla, dice que toma café para no dormirse, y que enciende el cigarro para que sepa dónde encontrarla, siempre acudía, al café recién hecho y al olor del tabaco.


Dice que a pesar de los años sin verse se siguen queriendo, que la vida les puso a prueba para que supieran lo que era amor de verdad.

Dice que no hay distancia que separe corazones, aunque separe cuerpos y que a veces la distancia la usamos como excusa para no hacer aquello que no nos atrevemos.

Dice que no se muere de amor, pero si de desamor, de pena, de ignorancia y de dolor.

Dice que hay días en los que puede escuchar su voz y sentir su olor, y que incluso hay días que parece verle caminar.

Dice que hay días que parece volverse loca, pero es en esos días junto a un café y un cigarrillo sin fumar se siente más cuerda que nunca.


Dice que hay días que alguien se sienta frente a ella, la mira y no dice nada, pero se siente reflejada en su mirada y en sus gestos.


Hoy ha sido uno de esos días, nos hemos encontrado, nos hemos mirado y sin decirnos nada hemos compartido café y tabaco, ella se ha tomado mi café mientras yo me fumaba su cigarrillo.



jueves, 17 de agosto de 2017

Soy mujer y soy mortal.

Tengo 46 años, soy mujer y además soy mortal.

Cansada de imágenes de mujeres de mi edad intentando aparentar que los años no pasan por su vida y que son perfectas a pesar de su edad, a base de filtros y más filtros en sus fotografías, de maquillajes naturales que llevan horas para dar esa apariencia tan natural y lozana y posturas ensayadas para sus fotografías, sonrisas forzadas en esos días malos que todos tenemos.


Tengo 46 años y estoy en esa fase premenopausica por la que todas tarde o temprano pasamos, mi cuerpo ya no es el mismo de los 20, de los 30 y ni siquiera de los 40, la ley de la gravedad empieza a demostrarme que es más fuerte que yo.

Llevo un par de años sin utilizar bikini, simplemente ya no me veo con  el dos piezas, prefiero el bañador, quizás no es tan sexy, pero si más cómodo.

Voy a la piscina y a la playa sin maquillar, no utilizo labiales resistentes al agua ni máscara de pestaña waterproof, utilizo sombrero no por moda, sino para evitar que mi pelo rubio, termine siendo albino debido al sol o de color verde por el cloro de la piscina o la sal del mar y uso gafas de sol, porque sencillamente soy miope y las llevo graduadas para poder ver de lejos y leer mientras disfruto de una jornada de relax.


Reconozco que hago deporte, una hora diaria de running o caminata rápida, y sudo, como todos los mortales, ains esas que se empeñan en mostrar sus tablas de ejercicios diarias con una gran sonrisa, para hacernos creer que no les cuesta ningún esfuerzo hacer deporte; hay días que me puede la pereza y no salgo a caminar, o salgo malhumorada pero obligándome a hacerlo.

La fuerza de la gravedad a pesar de todo, pero sobre todo los años empieza a notarse en algunas zonas, por mucho que queramos luchar contra la naturaleza, ella es más fuerte que nosotras.


El otro día veía en redes sociales un vídeo de una famosa psicóloga deportiva recién parida, ella misma decía que estaba aún en la cuarentena, haciendo sentadillas con su bebé en brazos, no sé si quería demostrar que es mejor madre que el resto por llevar a su hijo al gym, o que es una superwoman y luchará contra lo que es natural, que tu cuerpo se recomponga tras un embarazo.


No tengo un buen despertar, es mejor no cruzarte en mi camino hasta que no me he tomado mi taza de café, con el pelo alborotado y cada rizo por un lado, con los ojos algo hinchados, unos días por dormir demasiado, otros por todo lo contrario y sin ganas de mucha conversación.

No desayuno en familia me gusta hacerlo en solitario, por eso me levanto antes que el resto de la gente, el desayuno es mi momento y no lo comparto con nadie.


He sufrido rupturas sentimentales y me han roto el corazón y creedme he llorado y mucho y es en esos días en los que no quieres compartir nada con nadie, solo hacerte una bola en el sofá y llorar desconsoladamente sobre el cojín que en esos momentos es tu mejor y único consuelo.

Tengo 46 años y la vida y la naturaleza me ha ido dando lecciones, unas de cal y otras de arena, pero he aprendido de todas.


Os juro que cada arruga alrededor de mis ojos o de mis labios significan momentos buenos, malos y regulares, son pequeños tatuajes naturales marcados en mi piel.

Que los días que tengo la barriga hinchada después de comer con amigos, me recuerdan el buen rato que hemos pasado.

Tengo tentaciones como todos los mortales, me pierde el chocolate y los frutos secos y los fines de semana caigo en ellos, si lo hago más a menudo, se empeñan en alojarse en el culo, la barriga y las caderas.

Yo también me pongo retos de entrar en los tejanos de hace un par de años, pero no lo consigo bebiendo un par de tazas de té rojo, lo hago a base de renunciar al postre dulce después de comer con los amigos y de caminar dos horas diarias durante un mes, en lugar de una.

Que tengo que sustituir la cena por piña durante una semana para entrar en el vestido de la talla 38 que quiero llevar en la boda de esa amiga que se casa por segunda vez. Y además llevo otro modelo de la talla 40 en el coche por si acaso después de la cena la cremallera decide no subir o abrirse por su cuenta, y además llevo unos zapatos planos porque los tacones son ideales, pero ya no los aguanto hasta las 5 de la madrugada, bueno hay veces que ni yo aguanto hasta esa hora.


Tengo 46 años, pero he aprendido a disfrutar de la vida y de cada momento, mi memoria se ha hecho más selectiva, prefiero recordar los buenos momentos, los malos vienen solos, esos no hay que buscarlos.

Los días de carcajadas me recuerdan que soy feliz y los días de lagrimas me demuestran que soy susceptible y vulnerable.

Y que con arrugas, con algo de celulitis, con canas y con esas gafas que ya no puedo olvidar llevar en el bolso debido a mi presbicia, sigo viva.


Soy mujer, soy mortal y me alegro de no ser o tener que ser una superwoman.


No por eso soy ni mejor, ni peor mujer, pero ojalá todas estas bloggers, influencers o llamarlas como queráis, nos enseñaran a vivir cumpliendo años y no a luchar contra ellos.


P. D. Confieso que yo también en ocasiones uso filtros en mis fotografías, sigo teniendo un punto de coquetería.