lunes, 27 de febrero de 2017

Diamantes

Mi madre dio a luz a dos niñas gemelas, una era mi hermana Candela, la otra era yo, Victoria.

Papá le regaló un par de pendientes por nuestro nacimiento. 
Dos brillantes engarzados en oro blanco.

El día que cumplimos los 18 años, mamá hizo de aquellos pendientes un colgante para cada una, que colocó alrededor de nuestros cuellos, "os mantendrán siempre unidas".

Los años hicieron que Candela y yo tomáramos caminos diferentes, pero siempre con nuestros diamantes colgados.

Pasamos décadas sin vernos, sin hablarnos, sin encontrarnos, ni la muerte de nuestros padres hizo que volviéramos a coincidir.

Sin saber nada la una de la otra, fue la vejez la que nos hizo coincidir, aquella mañana en el jardín de la residencia de ancianos, donde había decidido pasar mis últimos años, sentí el reflejo y la llamada del diamante gemelo. 

La reconocí entre las canas y arrugas que enmarcaban un rostro exactamente igual al mío. 

Aquellos dos diamantes habían hecho caminos diferentes, pero el tramo final de la vida volverían a recorrerlo unidos.


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