viernes, 10 de febrero de 2017

Próxima estación... VIVIR

Me enamoré de Esteban antes de conocerle, antes de nuestra primera cita.

Cada miércoles, puntual acudía a desayunar al mismo café en el que yo lo hacía a diario.
Me limitaba a observarle y a fantasear sobre como sería su vida.

El resto de días, me sentaba en la mesa que cada miércoles ocupaba Esteban, siempre la misma, en ella tomaba un café americano, tostada y zumo de naranja, mientras leía la prensa y miraba convulsivamente su teléfono móvil.
Me sentaba en aquella mesa, para sentirme más cerca de él y con la creencia de que el sentiría mi presencia cuando regresara a ella el próximo miércoles.

Un viernes, mientras tomaba mi desayuno, Esteban apareció en aquel café, con la intención de sentarse en aquella mesa que ambos considerábamos de nuestra propiedad.

"Buenos días, le importa que me siente? Prometo no molestar.
Soy un hombre de costumbres, siempre ocupo esta mesa y sí no lo hago hoy, estaré descolocado el resto del día. Por cierto no me he presentado, me llamo Esteban."

Levanté la vista de mí periódico, sonreí y le invité a sentarse.

"Buenos días, en absoluto me molesta, yo también soy de costumbres. Será un placer compartir hoy el desayuno en buena compañía. Por cierto mi nombre es Clara."

Esa mañana fue el pistoletazo de salida a una historia de amor, que hoy al subir a este tren tendrá el final que ambos hemos soñado y deseado desde aquel día.

Los miércoles eran especiales, comenzamos a compartir, mesa, desayunos y conversaciones, hasta que uno de esos miércoles aquel desayuno terminó en una habitación de hotel, donde ambos dimos rienda suelta a nuestra pasión más salvaje y oculta.

Aquel miércoles comenzaba una historia que no tardaría en darme más de un problema.

En aquellas primeras conversaciones, nos dimos a conocer y nos hicimos algunas confesiones, Esteban acababa de romper su compromiso de matrimonio con su prometida de toda la vida, pero ella sin más y a un mes de aquella boda había decidido anular todo aquello.
Acudía cada miércoles a desayunar a aquella cafetería porque  ese día de la semana, colaboraba en un pequeño despacho de abogados de la zona. 
Él tenía el suyo propio, pero un amigo de universidad comenzaba a abrirse camino en solitario, en el mundo de la abogacía y le echaba una mano en sus inicios.

Yo le conté mi vida a medias, trabajo para una empresa de publicidad como creativa y la oficina estaba justo en el edificio de la cafetería.
Acudía allí cada mañana después de dejar a los niños en el colegio, era mi único momento de relax en todo el día.

Sí estaba casada, pero mi matrimonio hacia aguas hacia al menos un par de años.
Por supuesto mi matrimonio y mis dos hijos fueron omitidos en esas conversaciones de miércoles.

Comenzamos a vernos más días a la semana, aunque seguíamos manteniendo aquellos desayunos de los miércoles.
Encuentros furtivos en hoteles, más tarde en casa de Esteban y los fines de semana en la casa de la sierra que mis padres sólo ocupaban en contadas ocasiones y yo hice creer a Esteban que era mía.
Mi marido no sospechaba nada, estaba demasiado ocupado con sus viajes de trabajo, sus partidas en el club con los amigos y estaba demasiado seguro, que yo nunca le abandonaría.
Esteban tampoco sospechaba nada de mi verdadera vida.
Comencé a vivir una doble vida, era la esposa perfecta en aquella casa, que cada día se me venía encima y era la novia pasional de un hombre al que amaba y a la vez le mentía, no me atrevía a contarle la verdad, aquella bola se había hecho tan grande que estaba segura que sí lo hacía a esas alturas, me abandonaría sin más.
Todo iba bien hasta que Esteban quiso presentarme a su familia, estuve semanas dándole excusas que él aceptaba y además entendía.
Apenas llevábamos unos meses y Esteban iba demasiado rápido y yo estaba demasiado perdida en una mentira que cada día engordaba más y más.
Además de nuestra diferencia de edad, yo pasaba los cuarenta y Esteban apenas tenía treinta.
A ninguno de los dos nos importaba pero estoy segura que al resto sí le habría importado.
 Un miércoles, en uno de esos desayunos compartidos, Esteban me propuso acompañarle a una cena al sábado siguiente, una cena de compromiso, a la que tenía que asistir casi por obligación.
"Sí tú me acompañas, será más fácil y así conocerás a algunas de mis amistades, te prometo presentarte como una amiga, o colega de profesión, pero acompáñame, por favor Clara."
Accedí a hacerlo, inventaría alguna excusa para que mi marido se hiciera cargo de los chicos e incluso podían quedarse solos en casa, ya apenas me necesitaban.

Aquel sábado comencé a arreglarme temprano, como lo hace una novia el día de su boda.
Le conté a mi marido que tenía planes con unas antiguas compañeras de universidad, "no te preocupes, yo también tengo planes, diviértete."

Llegué puntual a mi cita con Esteban, a pesar de mi edad, estaba nerviosa como una quinceañera en su primera cita.
Aquel hotel donde se iba a celebrar el evento de a aquella noche estaba lleno de personalidades y gente que me podría conocer, por lo que le pedí a Esteban que fuera discreto. "Tranquila lo seré, no quiero problemas y mucho menos, quiero perderte."

Todo iba bien hasta que vi a aparecer a mi marido, con un grupo de amigos del club de campo, en el hall del hotel.
Todos elegantemente vestidos, lo que me indicaba que no iban a la cafetería a tomar una copa, sí no que su destino era aquella cena, aquella maldita cena.
Intenté pasar desapercibida, pero fue inútil, mi marido se acercó a mi, me beso en la mejilla y mirando a Esteban, me dijo "Clara, ¿no vas a presentarnos?"

Sólo acerté a decir: "Esteban, él es mi marido."
Se dieron la mano, mi marido desapareció de la escena y Esteban me miraba pidiendo una explicación.
Mi marido entró directo al salón donde se celebraba aquella cena, yo cogí a Esteban de la mano y me lo llevé de allí.
Me quité los tacones, y le quité su pajarita, le hice caminar hasta encontrar un lugar donde comprar unos bocadillos y algo de beber, nos sentamos en un parque y allí pasamos aquella velada que tanto prometía.
Le conté toda la verdad, me escuchó atento y cuando terminé de contarle mi aburrida y triste vida, se limitó a preguntar, "¿Por qué, Clara, por qué?"
A lo que contesté: "tenía pensado hacerlo, no sé cuando, pero te juro que iba a contártelo, sólo que  pensé que esto llegaría tan lejos. No quería hacerte daño, bastante daño me estaba haciendo a mi misma."

Esteban me miró y me besó, "ahora ya lo sé todo, soy libre de elegir, y elijo seguir contigo, y ¿tú qué eliges, Clara?"

Me levanté del suelo, me puse los zapatos y caminé hacia mi elección.
Lloré todo el camino hasta casa, que no mi hogar, hacia mucho tiempo que no lo sentía así.
Continué con aquella farsa de matrimonio y aquella vida cómoda y continué con mis desayunos en aquel café cada mañana antes de trabajar, con la esperanza de encontrar a Esteban cada miércoles o tal vez con las ganas de recordar aquellos momentos vividos allí. 
En ocasiones dejaba volar mi imaginación, cerraba los ojos e imaginaba como habría sido mi vida sí hubiera continuado aquella historia.

Un miércoles al sentarme en aquella mesa, el camarero al traerme el desayuno, me entregó un sobre.
"Lo dejaron esta mañana temprano para ti Clara, me pidió que te lo entregara."
Abrí aquel sobre con expectación, nervios y un sin fin de sentimientos me invadían.
En el exterior de aquel sobre había escrita una frase "Próxima estación... Vivir"
En su interior, había dos billetes de tren y una nota.
" Mi querida Clara, sube conmigo al tren de la felicidad, te espero en la estación.
Trae los dos billetes contigo."
Pagué el desayuno y cogí un taxi hasta la estación.
Allí estaba Esteban, sentado esperándome, para subir a aquel tren que nos lleva hacia la próxima estación, nuestra estación.


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