lunes, 17 de octubre de 2016

Mi abuelo Mariano


En los últimos meses tengo muy presente la figura de mi abuelo Mariano, la verdad no sé porque últimamente pienso tanto en él, cuando hace 35 años que nos dejó.
Quizás sea porque con su marcha aprendí por primera vez y demasiado temprano, que significaba la palabra ausencia y me enfrentaba a la palabra  muerte.

El abuelo Mariano era el padre de mi madre, un hombre grande en todos los sentidos, un hombre de campo, era hortelano.
Mantengo vivo cada recuerdo y cada momento vivido con él, a pesar de mi corta edad a su muerte, compartí muchos días con él.

Recuerdo al abuelo con su pantalón de pana y su boina, sí llevaba boina, camino de la huerta. Iba temprano cada mañana para atender al ganado y organizar el trabajo del resto del día. 
No usaba reloj pero a las 10:00 en punto volvía a casa para tomar su tazón de sopa de leche y continuar con la jornada hasta la hora de la comida. Nunca llegaba tarde, el sol le avisaba de sus horas de descanso.

Por las tardes el abuelo Mariano, a pesar de ser hombre rudo de campo se dedicaba a leer y asistir a reuniones, sin boina y con reloj. Incluso le propusieron ser alcalde, pero el abuelo Mariano renunció, su trabajo se vió recompensado con una medalla y un diploma de Mérito al Trabajo de aquella época.

Recuerdo al abuelo Mariano sentado en el patio de la casa y a la entrada de la huerta preparando las cestas de hortalizas para llevar al mercado. 

El abuelo Mariano sólo descansaba un día al año, el día del sorteo de la Lotería de Navidad, ese día se levantaba, se sentaba y apuntaba cada número del sorteo, cuando salían los premios gordos  entonces él se levantaba y dedicaba el resto del día para repartir el aguinaldo a los nietos. Aguinaldo que yo utilizaba para comprarle turrón de almendras duro, que compraba a granel en algún puesto callejero de esos días de Navidad.

El abuelo Mariano, era sordo una perforación de oído le obligaba a llevar un audifofono que pitaba de vez en cuando y el desconectaba cuando no quería saber nada del mundo.

Pero un día el abuelo se levantó de color amarillo, ese color nos privó de darle besos y abrazos y ya no iba a la huerta como cada mañana. Se sentaba en el patio esperando, tal vez otro sorteo de Navidad o quizás la visita de esa desconocida y temida muerte.
El abuelo Mariano desconectó su audífono para siempre una mañana fría de invierno a tan sólo unos días de la primavera.
El abuelo Mariano se fué aquel día enseñándome el significado de la palabra ausencia y de la distancia infinita.
Hoy 35 años después de su pérdida, sigo sintiendo al abuelo Mariano cada día.




miércoles, 5 de octubre de 2016

Curvas y rectas

En los últimos meses he estado inmersa en una carrera de Fórmula 1, en un circuito nuevo para mi, desconocido y lleno de vértigos y miedos, vértigos que me hacían sentir una sensación extraña en el estómago, un nudo que me bloqueaba, como ese que sientes al subir por primera vez a una montaña rusa. Sabía lo que quería, pero no sabía como llegar hasta el camino correcto. Miedos porque lo desconocido siempre me ha dado un pavor horrible y esos miedos me frenan y me bloquean.
Hasta que decidí sentarme en paz conmigo misma, tranquila y estudiar todas las opciones de aquel circuito lleno de curvas unas más cerradas que otras y algún túnel sin salida, visualice la meta que tanto ansiaba y calenté motores.
Hoy varios meses después y tras varias vueltas de reconocimiento con alguna salida de pista incluida y más de una vuelta de campana, estoy acompañada por mi inspiración por Nadia,  y todo un equipo que ha puesto mi motor y mis ruedas a punto, todos desde boxes me animan para afrontar todas las curvas sin miedos y con una seguridad que nunca había conocido en mi. Empiezo a ver la recta final que me lleva a una meta cada vez más cercana, empiezo a disfrutar de mi carrera y ya veo la bandera de cuadros que me informa de que estoy en la última vuelta.