Han pasado varios años desde mi primer viaje a la Gran Manzana. Corría el año 2000, año de cambios en Europa y también en mi vida. Estrenábamos moneda, así que decidí que esa nueva moneda tendría un fin importante en mi vida.
Me compré una hucha y cada moneda de dos euros que caía en mis manos iba a ella. En aquella hucha pegué un cartel en el que decía "Rumbo a Nueva York", he de decir que incluso llegué a cambiar billetes por monedas para ver como la hucha se iba llenando, ella me llevaría hasta Nueva York.
Conseguí aquel dinero y aquel viaje se convirtió en una de las mejores experiencias que he vivido. Llegaba con mi mejor amiga, cargada de ilusiones, cámara de fotos y cuaderno de notas y bolígrafos para apuntar guardar cada momento.
Desde entonces he viajado varias veces a Nueva York, siempre con la misma emoción e ilusión de la primera vez. Por que en Nueva York siempre hay una primera vez, un nuevo parque, una nueva avenida, un nuevo café y nuevas sensaciones.
Nueva York ha cambiado y yo también, pero es lo que tienen los amores de larga duración, vivimos cambios aunque estemos en la distancia infinita. Que duros son esos amores lejanos y cuanto se echan de menos en algunos momentos de nuestra vidas.
Nueva York y yo mantenemos un idilio casi platónico, nos queremos con locura y nos respetamos, algo fundamental en cualquier relación que se precie.
Siempre busco un lugar donde prometerle amor eterno y por supuesto volver. Las últimas palabras que le digo desde el avión antes de despegar son "see you soon Darling" y sé que ella sonríe y me despide con un "hasta pronto, querida".
Deseosa estoy de volver a caer rendida en los brazos de mi amada y querida "gran manzana".
Hasta pronto Nueva York.
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