miércoles, 14 de junio de 2017

La corona que perdió una princesa.

Nací siendo un error, en casa esperaban un varón, después de seis hembras.
Esperaban a quién debía ser el futuro rey, pero llegué yo, para la desdicha de palacio y del pueblo, que de un modo u otro también se sentía defraudado.

En mis primeros años de infancia, recibí la misma educación que mis hermanas mayores, pero nunca me interesó demasiado el tema de vestidos y buenas maneras, siempre fui una pequeña fiera a la que no conseguían domar.

No era extraño verme en las caballerizas junto a los empleados cepillando caballos y limpiando las cuadras, siempre vestida como uno de ellos, con botas de montar, pantalones y unos tirantes para sujetarlos que en algún momento había robado a mi padre.

Me gustaba salir a cazar con los hombres a caballo y montando al animal como uno más, nunca tuve interés en aprender a montar como una señorita, a mi me gustaba galopar montada a horcajadas.

Me gustaba acompañar a papá en todo lo que hacia, yo no quería ser una princesa como mis hermanas, ni reina como mamá, yo quería ser rey como papá.

Así fui cumpliendo años hasta llegar a mi mayoría de edad y mi presentación en sociedad.
Aquella noche debería llevar un vestido propio para la ocasión, guantes hasta el codo y un recogido en mi largo cabello adornado con una corona.
Meses de preparación para algo que yo no estaba preparada.

Así que preparé mi propio plan.
No con idea de dejar en ridículo a toda mi familia, pero sí dejar claro que lugar quería tener en ella.

Me corté mi larga trenza esa que durante años me había acompañado, limpié mis botas de montar, escupiendo en ellas y cepillándolas a conciencia, como me habían enseñado los chicos en las cuadras.

Planché aquel pantalón que tanto me gustaba y mi camisa favorita, esa que necesitaba remangar porque la había heredado del capataz.
Estuve escondida toda la tarde para que nadie pudiera encontrarme y obligarme a vestirme para aquella pantomima.

Llegada la hora, me vestí a mi modo, me coloqué mis tirantes y bajé aquellas escaleras para mi presentación.
Ante caras de asombro, susurros en voz baja y algún que otro grito de expectación, mi padre anunció mi mayoría de edad.
Me tomó de la mano para abrir aquel baile, me sonrió, besó mi mejilla y me confesó que siempre había sido su favorita.

Aquella noche mi corona, perdió a una princesa, pero la princesa había encontrado su lugar.

"A veces las coronas, pierden princesas, porque no todas las princesas quieren ser princesas ni llevar coronas."


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