miércoles, 14 de septiembre de 2016

El abrazo de papá.

Ayer fué un día difícil y complicado, despedía a un amigo, el cuarto que se va de España en lo que va de año.
Además me levanté melancólica y nostálgica, quizás la lluvia acentuó ese sentimiento.
Intenté refugiarme en un paseo por mi querida parte antigua, pero no encontré el consuelo que necesitaba.
Así que me fui a buscar los brazos de quién siempre me arropó y lo sigue haciendo, los brazos de mi padre.
Fue y sigue siendo un hombre discreto y quizás su timidez le ha hecho ser algo introvertido, pero con un corazón enorme.
Ayer me refugié de nuevo en su mirada azul, esa que he buscado siempre que necesitaba un apoyo en silencio y un consentimiento para hacer algo sin mediar palabra.
Ayer nada más verme supo otra vez que algo no estaba bien, que la tristeza me invadía, así que me cogió de la mano como siempre lo ha hecho.
Cuando era pequeña en esa mano siempre había alguna golosina para darme y sacarme la primera sonrisa, ayer no hubo golosinas, pero sí ese apretón que tanto necesitaba y con él me hacia saber que estaba una vez más a mi lado, como siempre lo ha estado. 
Compartimos paseo, café, un cigarrillo y abrazos, muchos abrazos y pocas palabras, ninguno de los dos somos demasiado habladores, pero entre él y yo sólo hace falta un cruce de miradas para entendernos. 
Ayer me sentí de nuevo esa niña indefensa que fuí hace muchos años, pero que después del abrazo de papá se sentía la más fuerte del mundo. Ayer mi padre volvió a protegerme y a cargarme de la fuerza que necesitaba.
Ayer a mis 45 años, cuando estaba una vez más a punto de quebrarme, ahí estaba él, dispuesto a abrazarme para recomponer todos los pedazos.



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