viernes, 12 de agosto de 2016

MAÑANAS DE RÍOS, TARDES DE SIESTAS Y NOCHES DE GAMUSINOS Y TOMAR EL FRESCO

Soy de provincias, pero nunca he tenido pueblo, he vivido siempre rodeada de ellos, pero no he tenido  uno donde pasar mis vacaciones, sobre todo las de verano.
Recuerdo siendo una niña cuando llegaba el mes de junio me asaltaba un sentimientos de nostalgia y envidia cuando mis amigos se marchaban al pueblo hasta el mes de septiembre y siempre a casa de los abuelos.
Los pueblos y los abuelos sumados, eran el binomio perfecto en mi infancia.


Ya en la adolescencia, alguien me invitó a su pueblo a pasar unos días, fue la mejor noticia de aquel verano y en mucho tiempo.
Aquel pueblo me adoptó unos días y yo hice lo mismo con él, además de adoptar a la abuela Clara, en esos días la acaparé para mi sola.

En aquellos días conocí lo que es pasar un día en el río, descubriendo gargantas, caminando con una mochila llena de pan de pueblo, de queso casero y chorizo de matanza, además de una cantimplora con agua "fresca" recién sacada del pozo.
Descubrí el olor a jabón casero y pucheros a fuego lento, tardes de siesta y meriendas con mantecados y vasos de leche recién ordeñada.
Tardes en la plaza del pueblo, sentada en la puerta de la iglesia buscando la sombra y compartiendo confidencias hasta la hora de la cena.
Cenas alrededor de una mesa camilla que terminaban "en la puerta de la calle" con una rodaja de sandía en la mano, mientras "tomábamos el fresco".
Otros días de meriendas-cenas, por que había salir al campo a buscar GAMUSINOS, hasta que el sueño, el frío o el miedo nos hacían regresar a casa.

Descubrí lo que es despertarse cuando el gallo canta o la luz del sol entra a través de las cortinas, desayunar sin prisas, compartiendo risas y planes para ese día.
El tiempo en el pueblo pasa más despacio.


Estos días he sentido una gran necesidad de volver a revivir todo aquello, así que aquí estoy probando de nuevo esa sensación, paseando entre hortensias, caminando hasta las gargantas, durmiendo largas siestas y sentandome al fresco.
He vuelto a adoptar un pueblo, o más bien me ha adoptado él a mi, esta vez sin abuela, pero recuperando y reviviendo todas aquellas sensaciones que tuve aquel verano hace muchos años.
Estoy disfrutando de no tener prisa, de saborear cada momento, de mañanas de caminatas, de baños en el río, de siestas con manta, y noches llenas de conversaciones, escuchando anécdotas, mientras me tomó una rodaja de sandía, mientras me empapo de tranquilidad y sabiduría.
Mi única preocupación estos días es decidir sí salir a cazar GAMUSINOS o pasar la noche al raso esperando a las estrellas fugaces.

Definitivamente debería ser obligatorio vivir este tipo de experiencias al menos una vez en la vida, en especial para todos aquellos de presumimos de ser de ciudad.


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